El Rosebud de Rosa Belmonte

El pasado día 24 del mes presente, tuve la dicha de participar en una entrevista a la comunicadora Rosa Belmonte. Un grupo de aspirantes al periodismo cultural teníamos como misión elaborar una serie de preguntas en torno a la profesión, al bagaje cultural y personal de la invitada, con el fin de obtener una semblanza lo más completa posible.

Jurista de formación y periodista de adopción, comenzó a escribir en La Verdad de Murcia, pasando después a diarios del grupo Vocento, incluido ABC. Hoy compagina el periodismo escrito colaborando con televisiones y emisoras de radio como Onda Cero y esRadio.

Tras haber leído todo lo que se hallaba a mano relacionado con ella, mi empeño, y creo que también el de mis compañeros, se ceñía a conocer mejor esta figura pública cuyos textos e intervenciones radiofónicas nunca nos habían dejado indiferentes. A ello tenía que sumar por mi parte un interés especial, por ese halo de mujer que ama la soledad, que destaca sin embargo por su humor, su risa y su extensa cultura.

Esto me trajo a las mientes una clase de crítica literaria, en la facultad de letras de Granada, allá por los años 90, en la que el profesor se empecinaba en que desentrañar la presunta clave de la película Ciudadano Kane, la palabra Rosebud, carecía totalmente de sentido. Que no nos devanáramos la cabeza en ello, ni en la literatura, ni en la vida, que nada tenía sentido. Les aseguro que no es una exhibición en plan cultureta, pero he vislumbrado en Rosa Belmonte un enigma y, si fuera profesional del periodismo, me obsesionaría con ello.

Pero bien, centrándonos en la entrevista, en lo relativo a su trabajo, la pregunta principal y mayoritariamente formulada, se dirigió hacia la parte técnica, el saber y el quehacer en tanto que columnista. Hay que destacar que en anteriores ocasiones le han formulado la misma cuestión, por ello no me sorprendió su respuesta: Que no tenía ningún secreto, que escribe según le va sonando bien lo que acude a sus renglones. Eso sí, prefiere y recomienda la concisión y la brevedad. Yo me quedé con las ganas de espetarle que algún truco más concreto tendría, no obstante me guardé esta carta, no quería ser insistente y, además, el tiempo no lo permitía: 1- 0 a favor de ella.

Preguntamos sobre sus fuentes de inspiración, la diferencia de registros según los medios en los que colaboraba, sobre sus columnistas preferidos, etc., y ella nos llevó a través de todo un mundo de lecturas de lo más variopinto, su trasiego de películas, series de televisión, pasadas y actuales, evidenciando, con su desparpajo habitual, esa sentencia de David Gistau de que el saber y la cultura se demuestran en la conversación más que en lo escrito.

Entonces, una compañera intentó llevarla de nuevo a nuestros terrenos, al preguntarle si se escudaba en el humor para hablar de temas serios, como por ejemplo la política. ¿Tendríamos la ocasión de entrever los intersticios y las correas de sujeción a la supuesta armadura de Belmonte? Pero no bajaba la guardia y en una larga cambiada nos dejó mirando adonde señalaba su índice de prestidigitadora periodística: Que ciertamente con humor escribe, pero que lo trae de fábrica, pues es su manera de mirar el mundo. Y nos ilustró con autores como Fernández Flórez, Julio Camba, Rosa Torres, Paloma Randa y Emilia Landaluce, por supuesto, para demostrar que el humor en la profesión siempre ha estado ahí y que perdura, que si algo ha cambiado ha sido el receptor, el ofendidito de hoy, de finísima piel, al que todo le molesta.

Puede que pecáramos de bisoños y que nuestras preguntas cayeran en lo inocente o en el lugar común. Yo veía correr los minutos y que se escapaba la ocasión de resolver mi enigma, o al menos de encontrar otras vías de investigación futura. Por ello, sólo me queda ahora leer entre líneas, lo ya leído, lo ya dicho por Rosa, devanarme los sesos y no seguir los consejos de aquel profesor de Granada (obvio el gentilicio coloquial correspondiente).

Rosa Belmonte, voraz lectora de periódicos en su adolescencia, de literatura (de todo Dickens), no voy citar toda su maleta de libros, pero deduzco la perogrullada de que la buena y abundante lectura hace escuela de buenos escritores. Televidente ayer y hoy, aprovechando la calidad pasada y el batiburrillo de la actualidad, siempre, al igual que cuando lee, maestra en el uso de la criba para obtener el grano y dejar caer la paja. Creo que tiene las virtudes del cuento literario, la brevedad y la puntería, pues el cuento ha de ser como un dardo certero, ya que juega en la distancia corta.

Y por último, quiero destacar otro destello de su sabiduría, en entrevistas y en las redes sociales maneja la franela al natural, evitando la greña twitera con buen toreo, por apellido no le falta, dejando al interlocutor con la mirada fija en su mano de maestra, que sostiene una bola de cristal con una tempestad de nieve en su interior que nos impide ver más allá.


Javier García.

En Bruselas, a 29 de noviembre de 2021


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